Sobre mí
Soy Marta Gómez de la Vega, madrileña afincada en Murcia. Psicóloga y psicoterapeuta con una larga trayectoria profesional en Entidades Sin Ánimo de Lucro y consulta privada.
Te cuento algo más personal sobre mi proceso creativo:
No recuerdo cuándo empecé a escribir. Si me planteo este interrogante la respuesta llega en forma de plumas estilográficas. En mi adolescencia empecé a coleccionarlas y hoy, en una caja de metal con imágenes en blanco y negro de las Islas Griegas, guardo diez de ellas.
La más bonita es una pluma Delta, italiana, de color rojo intenso con el capuchón de plata rallada y con mi nombre grabado. Fue un regalo que me hizo mi madre al finalizar la carrera de psicología. Ella estaba orgullosa.
Observé mi nombre grabado: Marta. La extrañeza penetró por mis pupilas y sentimientos ambivalentes de orgullo y vergüenza se cocieron a fuego lento en mi alma de quizás-escritora.
Escribo para nombrar y nombrarme. Lo que no se nombra no existe. Yo he sentido demasiadas veces la no existencia. La lucha de mi entorno por la supervivencia se comía el espacio que yo anhelaba conquistar. Todo prisas, búsquedas, dificultad, todo pérdidas y cambios. ¿Cómo sentarme frente a esa celeridad a nombrar lo que ni yo sabía que necesitaba? La escritura era el lugar donde descansar, mirar y reconocerme, donde sólo estaba yo, entregándome a la nada y al llanto.
Mi escritura suele estar atravesada por experiencias de abandono, ruptura y pérdidas. Creo que en las vivencias dolorosas las personas nos encontramos más solas y es por ello que escribo; para acompañar y acompañarme. Mis palabras alimentan un fuego que prende poco a poco ofreciendo cobijo y caldeando los ánimos. Reconozco que yo misma busco el calor de esas ascuas.
Es curioso, en el acto de escribir, mis manos crean para ofrecerse, sin embargo, es en el eco de mi voz donde encuentro el consuelo.
Acepto que a mí, la inspiración, me llega de dentro, como si de un encantamiento se tratara y la emoción tomara el mando. En ese momento me siento igual que Cristina Peri Rossi, explicando en una de sus cartas, a Diana Patricia Decker cómo ha escrito su novela: “escribo en estado de trance, solo atenta a la evocación interior, de modo que una voz me dicta lo que tengo que escribir, y así sigo”.
En los últimos años la poesía me entusiasma y mucho de lo que pugna por salir de mi alma y de mis manos se traduce en estos breves destellos creativos.
Quiero ofrecer belleza en este mundo hostil, dar permiso para que la emoción domine sobre el intelecto, poner en valor la vulnerabilidad y fragilidad humana y darle espacio a la esperanza que siempre puede brotar. Quiero transformar el dolor en algo bello, escribiendo y compartiendo porque en ese compartir se produce la expansión más allá de la mera conjunción de palabras y relatos: camaradería, hermandad, empatía, círculos de mujeres, permisos, valoración, coraje, diálogo, aprendizaje, etcétera. Todos son procesos que se generan en torno a la escritura y lectura. Es por eso, que para mí la escritura, es un acto comunicativo de gran potencial transformador, a nivel personal y colectivo.
Por otro lado tenemos la pintura, que es otra de mis pasiones. Más concretamente la acuarela:
Lleno uno de mis botes de cristal con agua. Abro mi caja de acuarelas que descansa sin ver la luz unas semanas. Me dispongo a pintar y siento como si el agua fuera una ofrenda. El agua sacia la sed de mis pinceles —y la mía—.
Lo abstracto, las manchas es lo que últimamente más me interesa. Siento una atracción inexplicable hacia ellas, me relajan, divierten y constantemente me sorprende la forma que van adoptando. Me dejo seducir por el color, las texturas, las diferentes formas que puedo hacer, las terminaciones. El color y el pincel me guían. No busco, solo encuentro.
Las manchas me atraen porque me siento libre, no encorsetada por las reglas de ejecución y del canon imperante de belleza. Quiero atrapar esa belleza espontánea, la de ese algo que a priori no tiene gran valor. Podría pintar otras cosas pero me voy guiando por el disfrute y la experimentación; amo la sorpresa emergente, el error que se transforma e integra, lo insignificante.